¿CÓMO MEDIR MI FE? (Los pensamientos 1/3)


¿CÓMO MEDIR MI FE?

(Los pensamientos 1/3)


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El deseo de aumentar la fe ha sido uno de los principales anhelos de los creyentes desde el inicio del cristianismo, desde entonces ya los apóstoles le andaban diciendo a Jesús: “auméntanos la fe.”[1] Al respecto estuve meditando durante un tiempo preguntándome cómo podía identificar cuando mi fe iba en aumento o cuando comenzaba a fallar. La fe no se puede medir cuantitativamente con un instrumento ni existen indicadores precisos y universales que nos ayuden a medir si nuestra fe va creciendo o si va a la baja. Sin embargo sí encontré tres indicadores, que si bien no son precisos, sí han sido útiles para darme cuenta si sobre cierta situación estoy creyendo o si ya caí en el terreno de la duda, éstos son: los pensamientos, las palabras y las acciones. Con los cuales desarrollaré una serie de textos en los que explicaré de forma breve cada uno. En está ocasión pasaré a hablar del primero, los pensamientos.

Si la fe es la certeza de lo que se espera y la convicción de lo que no se ve,[2] entonces, cuando no estoy seguro ni convencido de lo que no veo significa que no tengo fe sino duda y ésta se genera en los pensamientos. Ésta se crea en el momento exacto en que cuestionamos la veracidad o eficacia de la palabra de Dios después de haberla recibido, por ejemplo, podemos pasar un momento en que nuestra salud se tambalea y leer en la palabra que Jesús llevó nuestras enfermedades y que por su llaga hemos sido curados[3] sin embargo, en vez de que esa palabra se afirme en nuestro corazón comenzamos a pensar en los síntomas y en sus posibles consecuencias en vez de dedicarnos a afirmar lo que Dios ha dicho. Definitivamente la fe implica navegar contra corriente en todos los sentidos, implica en la mayoría de las ocasiones enfrentarme con lo que percibo con mi cuerpo, es ir en contra de nuestro entorno y de nuestra cultura, porque ante los ojos de los incrédulos la Palabra de Dios es una locura.

Detener la duda cuando nace en el pensamiento puede ser tanto complejo como sencillo. Depende de lo conscientes que seamos de nuestros pensamientos, tal vez no estemos acostumbrados a meditar sobre el contenido de nuestras mentes y por eso parezca muy difícil detenerla en el momento de su gestación. Pero no es tan complicado si nos educamos en ello, en realidad se trata de formar un hábito crítico en el que, en aquellas situaciones donde se requiera fe, nos detengamos a analizar qué estamos pensando.

Para entrenarnos en identificar los pensamientos que tumban nuestra fe en vez de hacerla crecer, la Biblia nos enseña que debemos, en primer lugar, renovar nuestro entendimiento para que podamos comprobar la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.[4] Es decir, que si continuo con la mentalidad del mundo y no adopto la forma de pensar enseñada por Dios, será muy difícil que pueda aumentar mi fe, porque me seguirá pareciendo locura creer y convencerme de algo que no estoy viendo, por el contrario, si logro renovar mi entendimiento de acuerdo a la Palabra de Dios, me será muy sencillo ir tras aquello que no veo con la seguridad de que lo recibiré.

Debemos derribar argumentos y toda altivez que se levante contra el conocimiento de Dios llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo.[5] Significa crear un filtro en nuestra cabeza para analizar si las ideas que nos llegan se ajustan a la Palabra de Dios, o si por el contrario, la contradicen. Por su puesto que esto implica tener conocimiento de la Palabra, pues ella es la única que puede llegar hasta lo más profundo del alma para discernir los pensamientos[6].

Entonces, ¿en qué debemos pensar? En lo verdadero, lo honesto, lo justo, lo puro, lo amable, lo que es de buen nombre o virtud.[7] Si nuestros pensamientos no se ajustan a los parámetros anteriores, seguramente no están alineados a la Palabra de Dios y será muy difícil que crezca nuestra fe, si nuestros pensamientos están alejados de todo lo anterior, será muy fácil que la duda aumente y tumbe lo que buscamos construir en la fe.

Si no hemos formado el hábito de examinar nuestros pensamientos podemos orar para que Dios nos ayude, de la misma forma en que lo hizo el salmista cuando le dijo: “Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos; y ve si hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno.[8]

Si nos formamos el hábito de analizar los que pensamos y si transformamos nuestra mente para pensar de acuerdo a la Palabra de Dios, seguramente podemos ver que nuestra fe crece. En la próxima semana desarrollaré el segundo indicador, el de las palabras, para lograr entender cómo pueden funcionarnos para medir nuestra fe y posteriormente trataré el tema de las acciones, con el que cerraré esta serie llamada ¿Cómo medir mi fe?


Mary Carmen Olague



[1] Lucas 17:5
[2] Hebreos 11:1
[3] Isaías 53:4-5
[4] Romanos 12:2
[5] 2 Corintios 10:5
[6] Hebreos 4:12
[7] Filipenses 4:8
[8] Salmo 139:23-24

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