¿POR QUÉ NO DEBEMOS JUZGAR?


¿POR QUÉ NO DEBEMOS JUZGAR?

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La Biblia nos da varias razones para no hacerlos y todas son para nuestro provecho como veremos a continuación. Iniciemos exponiendo esas razones definiendo la palabra juzgar, ésta tiene dos acepciones; la primera con un sentido legal, que se refiere al acto de evaluar determinada situación o persona y emitir una condena o castigo como consecuencia. La segunda se relaciona con formar un juicio o una opinión sobre una persona o situación en un contexto menos formal.[1]

De las dos formas de juzgar hemos participado, todos han emitido opiniones sobre determinadas situaciones y muchas veces —intencionada o desintencionadamente—, terminan dando una condena con base en su juicio, por ejemplo, empleando frases como “eso le paso por…” “eso se busca por…” “se merecía lo que le pasó”; entre muchas otras, demostrando así, que se considera —a juicio personal—, a alguien merecedor algún tipo de condena o castigo por sus actos.

La Biblia nos enseña que no debemos juzgar, es decir, que debemos reservarnos nuestras opiniones sobre las acciones de otros, pero sobre todo, a abstenernos de establecer condenas, porque Dios no nos ha dado autoridad sobre la vida de los demás ni sobre las consecuencias que se merecen sobre tales o cuales situaciones.

Jesús mismo dijo que él no había venido al mundo para condenarlo sino para salvarlo.[2] Él se hizo carne con la intención de redimir a la humanidad a causa de sus pecados, no para castigarla por ellos. Entonces, si ni el mismo Dios hecho carne buscó castigar al mundo sino salvarlo, ¿por qué nosotros sí habríamos de hacerlo?

“No juzguéis, para que no seáis juzgados.” (Mateo 7:1)

Al juzgar, nos ponemos en la posición de ser tratados con la misma severidad de nuestras palabras, lo peor, de demostrar con hechos que podemos hacerlo diferente y mejor que aquel a quien juzgamos. Sin considerar, que, en el futuro, nos podemos encontrar en la misma situación que una vez criticamos y repetir aquellos errores una vez condenamos:

“pues en lo que juzgas a otro, te condenas a ti mismo; porque tú que juzgas haces lo mismo.” (Romanos 2:1)

Muchas de las situaciones o actitudes que criticamos en otros, tienen como raíz problemas nuestros que no hemos resuelto y que vemos reflejados en los demás, por eso llaman nuestra atención. Por esa razón Jesús enseñó que primero nos analicemos a nosotros mismos antes de opinar sobre otros:

“Porque con el juicio con que juzgáis, seréis juzgados, y con la medida con que medís, os será medido. ¿Y por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no echas de ver la viga que está en tu propio ojo? ¿O cómo dirás a tu hermano: Déjame sacar la paja de tu ojo, y he aquí la viga en el ojo tuyo? !!Hipócrita! saca primero la viga de tu propio ojo, y entonces verás bien para sacar la paja del ojo de tu hermano.” (Mateo 7:2-5)

Al juzgar a los demás estamos estableciendo la medida con la que el resto nos juzgará, cuando juzgamos establecemos un estándar que no siempre podremos alcanzar en el futuro. Antes de opinar sobre la vida y situaciones de otros, debemos preguntarnos si nos gustaría ser tratados con la misma severidad con la que estamos opinando, si al encontrarnos ante esas mismas situaciones podremos alcanzar la medida que estamos poniendo o si pusimos la varita tan alta que ni nosotros podemos llegar a ella. 

Cuando veamos los errores en los demás, preguntémonos si la misericordia y el amor son más útiles que la crítica. Debemos considerar cómo nos gustaría ser tratados ante nuestros errores y fracasos antes de evaluar los de otros, por eso Jesús estableció como regla de oro tratar a los demás como queremos ser tratados:

“Así que, todas las cosas que queráis que los hombres hagan con vosotros, así también haced vosotros con ellos; porque esto es la ley y los profetas.” (Mateo 7:12)

Consideremos que todos tenemos errores y que en algún momento alguno de ellos se hará evidente, será el tiempo de cosechar el juicio o la misericordia que hayamos sembrado previamente. La Palabra de Dios nos enseña a ser misericordiosos, exhortando con paciencia —amor— cada vez que sea necesario porque “la misericordia triunfa sobre el juicio.”[3] Mostremos amor en lugar de juicio de la misma forma que Jesús lo hizo con nosotros.




[2] Juan 12:47
[3] Santiago 2:13


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