EL SEÑOR ES MI PASTOR, NADA ME FALTA (Aunque ande en valle de sombra)
EL SEÑOR ES MI PASTOR, NADA ME FALTA
(Aunque ande en valle de sombra)
Jehová
es mi pastor; nada me faltará. En lugares de delicados pastos me hará
descansar; Junto a aguas de reposo me pastoreará. Confortará mi alma; Me
guiará por sendas de justicia por amor de su nombre. Aunque ande en valle de
sombra de muerte, No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; Tu vara y tu
cayado me infundirán aliento. Aderezas mesa delante de mí en presencia de mis
angustiadores; Unges mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando. Ciertamente
el bien y la misericordia me seguirán todos los días de mi vida, Y en la casa
de Jehová moraré por largos días.
(Salmo
23)
Este
Salmo es uno de los más conocidos entre los creyentes, no en vano, pues en
pocas palabras contiene una serie de promesas que son realmente reconfortantes,
sobre todo, en tiempos de angustia. Gracias éste pasaje podemos saber que si
somos pastoreados por Dios, no nos falta nada, que él nos lleva a lugares de
reposo donde nos reconforta, y lo más hermoso, es que aunque estemos por
caminos oscuros, donde la salida no se vea, contamos con su dirección para
sacarnos de ahí, sin importar cuan tenebroso sea el recorrido.
Desafortunadamente,
en muchas ocasiones obviamos y momentáneamente dejamos de lado las promesas de
Dios, dejándonos agobiar por los problemas de todos los días, por el puño de
facturas a pagar, por los gastos imprevistos, por las necesidades que surgen en
la cotidianidad —siendo sinceros, muchos son deseos o caprichos que
justificamos como necesidad—, que si ponemos los ojos en ellas, parece
imposible que nada nos pueda faltar.
Por
tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis
de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que
el alimento, y el cuerpo más que el vestido?
(Mateo
6:25)
No
en valde al anterior versículo abre un pasaje titulado, en su versión Reina
Valera como El afán y la ansiedad; porque
el suplir las necesidades de todos los días es uno de los mayores afanes del
hombre a lo largo de su historia, sin embargo Jesús vino a recordarnos, lo que
ya se había prometido en el Salmo 23: que no debemos de preocuparnos por la
comida, la ropa o la bebida, pues si Dios mismo se hace cargo de las plantas y
los animales, ¿cómo no hará lo mismo con nosotros que somos sus hijos? Hoy
muchos se endeudan tratando de suplir sus necesidades porque no saben que hay
un Padre, que decidió adoptarnos para darnos todo, para guiarnos por esas
sendas de justicia donde podemos ser reconfortados en aguas de reposo, que
entregó lo mejor de sí para salvarnos:
El
que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros,
¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?
(Romanos
8:32)
Los
pagos del día a día son nimiedades comparado con lo que él ya hizo por
nosotros. Ahora nos corresponde fortalecernos en fe para no dudar de las
promesas que ya nos fueron dadas, reforzarlas una y otra vez leyéndolas y
declarándolas para que nunca se nos olvide quién es nuestro proveedor, para jamás
dejar de lado, que el pagar facturas no es lo más importante en esta vida, sino
el estar cerca del Padre:
Mas
buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os
serán añadidas.
(Mateo
6:33)
No
se trata de recitas mágicas para una prosperidad exprés y exuberante, se trata
de confiar en Dios y su palabra, seguros en que cada momento a su lado, a
través de su palabra, rinde fruto en nosotros. Si buscamos el reino de Dios,
cualquier cosa que necesitemos ya está suplida, muchas veces sin necesidad de
pedirlo:
Deléitate
asimismo en Jehová, y él te concederá las peticiones de tu corazón.
(Salmo
37:4)
Escribo
estas palabras como una testigo fiel del poder de Dios y su palabra, que en
cantidad de veces ha visto la mano del todopoderoso obrando más allá de lo
posible para suplir todas las necesidades y que me ha cumplido prosperando la
obra de mis manos,[1]
pero sobre todo escribo para no olvidarlas, para recordar siempre sus palabras
para mí. Para algunos, este tipo de promesas pueden resultar una novedad, a
ellos, recomiendo que se aferren a ellas para no soltarlas jamás. Para otros, puede
tratarse de pasajes ya bien conocidos, pero que a pesar de ello, muchas veces se
dan por sentados sin tener la plena consciencia de su continua vigencia. Volver
a ellos una y otra vez es necesario para nunca olvidar todo lo que Dios ya dio
por nosotros.[2]
Mary Carmen Olague
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