ENCONTRANDO EL EQUILIBRIO (Entre la religiosidad y la irreverencia)
ENCONTRANDO EL EQUILIBRIO
(Entre la religiosidad y la irreverencia)
De unas décadas a la fecha se ha puesto
atención en las iglesias cristianas al tema de la religiosidad, de
pronto muchos pasaron a preocuparse por no serlo o por lo menos, no en exceso,
mientras otros prefieren ser etiquetados como religiosos con tal de no
ser irreverentes ni libertinos en sus vidas o en las cosas del Señor.
Para iniciar bien vendría definir el concepto
de religiosidad, de dónde viene y a qué nos referimos cuando lo usamos.
Cuando se usa en el sentido despectivo, generalmente se refiere a aquellos que
prefieren seguir las tradiciones, reglas y leyes bíblicas sin un sentido de
revelación de por medio, es decir, se refiere a personas preocupadas mayormente
por cumplir que en conocer verdaderamente a Dios.
Esta idea tiene su origen en Jesús. Él fue
un duro crítico de los religiosos de su tiempo: los fariseos. Por ejemplo, al
leer los capítulos 12 y 15 de Mateo, nos damos cuenta que los fariseos
criticaban a Jesús y a sus discípulos por no seguir la ley. En el capítulo 12
incluso le preguntaron, con la intención de hacerlo tropezar, si era lícito
sanar en día de reposo.
Los fariseos ponían más atención a las
reglas que al hacer el bien —a pesar de que estos dos puntos nunca se
contradijeron como los fariseos quisieron señalar—, a lo que Jesús les respondió
que era lícito sanar en día de reposo, pues nadie deja caer a su oveja en un
pozo en día de reposo y que más vale un hombre que una oveja.
En el capítulo 23 Jesús dedicó cuantiosas
palabras contra los fariseos llamándoles hipócritas, sepulcros blanqueados y víboras,
pues estaban más preocupados por ser vistos haciendo obras aparentemente
piadosas que de verdad haciéndolas. Sus obras eran vacías porque preferían despojar
de dinero a una viuda antes que ayudarla, porque anhelaban hacer largas
oraciones ante los ojos del público antes que honrar a sus propios padres. Así
que la principal característica de un fariseo o religioso es:
“Este
pueblo de labios me honra; más su corazón está lejos de mí”
(Mateo
15:8)
Ahora, ¿Cómo es que relaciono a los fariseos
con la religiosidad? En parte, cuando Pablo habló de la “rigurosa secta de su
religión”[1] refiriéndose al tiempo
previo a conocer a Cristo como “las tradiciones de mis padres”.[2] Además, si tomamos en
cuenta que religiosidad puede ser sinónimo de tradición, esta última
palabra siempre es usada en la Biblia de forma negativa y en relación con los
fariseos[3] demostrando así que Dios
no está interesando en establecer tradiciones.
Así, cualquiera que busque seguir normas o
tradiciones pero que no haya dado fruto espiritual, es decir, amor, gozo, paz, paciencia,
benignidad, fe, mansedumbre o templanza; le será imposible preocuparse por los
demás y solo estará siguiendo una religión. Por eso creció la preocupación
entre los cristianos por no hacerse religiosos, sino por verdaderamente
conocer a Dios, que es el único que puede hacernos fructificar espiritualmente para
relacionarnos adecuadamente con los demás.
Sin embargo, también es cierto, que con el
paso del tiempo algunos —pocos afortunadamente—han abusado del término llamando
religioso a todo aquel que muestra reverencia en su vida y en la
congregación, pasando del extremo de la religiosidad al de la irreverencia; confundiendo
reglas y tradiciones con una vida formada en Cristo. Ningún extremo es bueno.
Entonces, ¿cómo encontrar el equilibrio
entre ser una persona dispuesta a obedecer a Dios sin caer en religiosidad? La
respuesta la dio el mismo Jesús cuando confrontó a los fariseos al decirles que
se trata de un cambio interno que viene del corazón, pues lo que sale del
corazón es lo que contamina al hombre, no el incumplir reglas o tradiciones.[4]
Todo lo que hacemos es medido por la
intención de nuestro corazón. No se trata solo de nuestros hechos, sino de los
motivos que hay detrás de ellos. Si leemos la Biblia por el aplauso de los
hombres o por buscar conocer más de Dios, si oramos en público para ser vistos
o si tenemos una autentica relación con el Señor, si damos para ayudar a los demás
o en busca del reconocimiento.[5] La misma medida puede aplicarse
para situaciones cotidianas del día a día en las iglesias, ¿tomaste una llamada
a media predicación porque debías atender algo verdaderamente urgente o porque
deseabas darte un respiro de la enseñanza?
Así que, la clave para mantener el
equilibrio entre la religiosidad y la irreverencia está dentro de nuestro
corazón. Sigamos el ejemplo del salmista pidiéndole a Dios que examine nuestro
corazón para probar nuestros pensamientos,[6] él ya sabe que hay en
ellos, pero quizás, nosotros no y nos deba ser mostrado qué llevamos dentro.
[1] Hechos 26:5
[2] Gálatas 1:14
[3] Mateo 15:2,3,6; Marcos 7: 3,5,8,9,13; Colosenses 2:8
[4] Mateo 15:18-20
[5] Mateo 6:1-18
[6] Salmos 139: 23
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