MUJER: SEXUALIDAD REDIMIDA
MUJER: SEXUALIDAD REDIMIDA
“Cristo nos redimió de la maldición de la
ley”
(Gálatas 3:13)
Más allá de la polémica y de las distintas
posturas que cualquiera tenga con respecto al tema de la mujer y la violencia
que se ha vivido últimamente en nuestro país, quise contribuir con un análisis a
través de la historia bíblica sobre la condición de la mujer de acuerdo con el
cristianismo. Resaltando la importancia de conocer la redención que Cristo
proveyó específicamente para las mujeres de modo que no hay espacios para la
violencia, específicamente la de tipo sexual. Para explicarlo, decidí irme
verdaderamente al inicio de todo:
Entonces
dijo Dios: Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra
semejanza; y señoree en los peces del mar, en las aves de los cielos, en las
bestias, en toda la tierra, y en todo animal que se arrastra sobre la
tierra. Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón
y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y
multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar,
en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la
tierra (Génesis 1:26-28).
Estos pasajes nos muestran que tanto hombres y
mujeres, fueron igualmente diseñados a imagen y semejanza de Dios con el mismo
nivel de autoridad sobre la tierra, a ambos se les pidió fructificar,
multiplicarse, sojuzgar y señorear. El segundo capítulo de génesis describe el
proceso de creación de ambos seres, como el varón fue hecho del polvo de la
tierra y la mujer sacada de la costilla de Adán, es decir, de su misma esencia
para ser su ayuda idónea —lo cual no debe interpretarse como inferioridad—.
Después el tercer capítulo nos muestra la “caída” es decir, el proceso por
medio del cual la humanidad se corrompió dando entrada al pecado, y por
consiguiente a la maldición. Esta maldición fue diferente de acuerdo con el sexo,
Adán fue maldecido con el trabajo, de ahí que de ese momento en adelante le
costaría mucho esfuerzo conseguir el sustento, mientras que a Eva se le dio una
maldición distinta:
A la
mujer dijo: Multiplicaré en gran manera los dolores en tus preñeces; con dolor
darás a luz los hijos; y tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará
de ti (Génesis 3:16).
Además del dolor en el parto, a la mujer se le
maldijo específicamente para quedar sometida al hombre, ahora sí, en una
situación desigual, que específicamente la hacía vulnerable sexualmente, pues
su “deseo” ya no le pertenecía, sino que pasó a ser propiedad de su marido,
colocándola como un ser inferior al hombre, en todas las áreas, aunque más
manifiesto en el área sexual. De ahí que no extrañe que más adelante Lot no
tuviera reparo en entregar a sus hijas a unos violadores (Génesis 19:7-8),
aunque afortunadamente, por la intervención divina el hecho no se consumó.
Después, estas maldiciones quedaron manifiestas
en la ley mosaica, basta leer el capítulo 22 de Deuteronomio para comprender
que a la mujer siempre se le cuestionó su virginidad mientras que al hombre no
y que incluso, podían casarla con su violador. Por el otro lado, la ley no le
exigía al hombre ni castidad ni fidelidad absoluta, se consideraba adulterio si
se involucraba con una mujer casada con otro hombre más no si tenía varias
mujeres, se le pedía que se abstuviese de mantener relaciones sexuales con
parientes suyas o mujeres directamente relacionadas con un pariente, como la
esposa del hermano o del padre (Levítico 18) más no que se guardara de mantener
relaciones sexuales hasta el matrimonio.
El pasaje de “El levita y su concubina” (Jueces
19) relata la historia de una mujer que fue entregada a violadores con el
consentimiento de su pareja, que para evitar su propio abuso, prefirió entregar
a su mujer. Muy similar al caso de Lot y sus hijas, aunque este caso terminó
con la muerte de la mujer a causa de los estragos de la violación. Esa
indiferencia hacia la sexualidad de la mujer y a su cuerpo, la encontramos con
la historia de Tamar, hija de David (2 Samuel 13) quien fue violada por su
propio hermano y su padre, como rey de Israel, contaba con todas las
posibilidades de hacerle justicia, pero ni siquiera lo intentó.
Afortunadamente, Jesús vino a cambiar eso. Como
bien se predica, Jesús vino con el propósito de sacar a la humanidad de la
maldición en que se encontraba, y eso implica, entre muchos aspectos, restaurar
la dignidad sexual de la mujer. Basta para ver que en su ministerio se rodeó de
mujeres, acto en sí mismo revolucionario en una época donde no se dejaba a la
mujer participar en el ministerio. Cuando se le preguntó sobre el divorcio,
respondió de la siguiente manera:
Entonces
vinieron a él los fariseos, tentándole y diciéndole: ¿Es lícito al hombre
repudiar a su mujer por cualquier causa? Él, respondiendo, les dijo: ¿No habéis
leído que el que los hizo al principio, varón y hembra los hizo, y dijo: Por
esto el hombre dejará padre y madre, y se unirá a su mujer, y los dos serán una
sola carne? Así que no son ya más dos, sino una sola carne; por tanto, lo que
Dios juntó, no lo separe el hombre (Mateo 19:3-6).
En primer lugar, podemos ver en las palabras de
los fariseos, la imagen que tenían de la mujer, al habla de “repudiar”, no se
trataba solo de una cuestión de divorcio sino del desprecio mismo hacia su
cónyuge. Pero, en segundo lugar, apreciamos en estos pasajes cómo Jesús dejó
claro que había venido a restaurar la situación entre hombres y mujeres, cuando
fueron creados varón y hembra en circunstancias similares —por ello citó
génesis 1:27—. Por último, y tal vez más importante, es que la pareja fue vista
por él como “una sola carne” es decir, que si se trata de un mismo ser, ya uno
no puede ser entendido como inferior del otro.
Otro pasaje donde Jesús mostró esta misma
actitud dignificadora fue cuando le llevaron a la mujer adúltera (Juan 8), a
quien habían encontrado en el mismo acto del adulterio y buscaban apedrearla
alegando que les estaba permitido por la ley de Moisés. Sin embargo, la ley
señalaba que ambos adúlteros debían morir apedreados (Levítico 20:10 y
Deuteronomio 22:22-24), pero estos hombres solo llevaron a la mujer y no al
hombre que pecó con ella, demostrando que tenían una mentalidad que
desfavorecía a la mujer. Además, esto muestra que se habían permeado elementos de
la cultura romana que en esos momentos lideraba en la región, pues en las leyes
romanas solo se castigaba el adulterio de la mujer, pero no el del hombre.
Maravillosa fue la respuesta de Jesús al respecto:
El que
de vosotros este sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella (Juan 8:7).
Después de Jesús. El apóstol Pablo también
continuo con una enseñanza de sexualidad que ponía a ambos sexos en igualdad de
condiciones. Pues él enseñó a que todos se abstuvieran de fornicación, tanto
hombres como mujeres (Hechos 15:20 y 29; romanos 1:29; 1 Corintios 6:18;
Efesios 5:3; Colosenses 3:5; 1 Tesalonicenses 4:3). En ninguno de estos pasajes
se hace distinción de sexos, sino que enseñan que la continencia debe
practicarse por igual tanto para hombres, como para mujeres. Entonces, ¿por qué
cuando muchos escuchan de fornicación siguen cuestionando la moral de la mujer
y no la del hombre, cuando bíblicamente debe cuestionárseles a ambos por igual?
¿No están actuando igual que aquellos que buscaban apedrear a la mujer adúltera
delante de Jesús?
Entonces, la Biblia, en el nuevo testamento,
enseña que tanto hombres como mujeres practiquen una sexualidad matrimonial en
igualdad de condiciones. El mejor ejemplo lo dejó nuevamente Pablo en la
primera carta a los corintios:
La mujer
no tiene potestad sobre su propio cuerpo, sino el marido; ni tampoco tiene el
marido potestad sobre su propio cuerpo, sino la mujer (1 Corintios 7:4).
Para una sociedad que había sido educada viendo
a la mujer como a un ser inferior, debió ser muy revolucionaria esta enseñanza,
el cuerpo de la mujer ya no era solo pertenencia del marido, sino que el cuerpo
del hombre también pasó a ser propiedad de su esposa. Haciendo que ninguno
quedara por encima del otro. Y sí, le pide a la mujer que esté sujeta a su
marido (Efesios 5:22-23), pero en una relación de autoridad que ya no da pie ni
al maltrato ni a la dominación sexual, por eso después de pedir sujeción a las
mujeres a los hombres les pide amor:
Maridos,
amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó a la iglesia, y se entregó a
sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento
del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia
gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese
santa y sin mancha. Así también los maridos deben amar a sus mujeres como a sus
mismos cuerpos. El que ama a su mujer, a sí mismo se ama. Porque nadie aborreció
jamás a su propia carne, sino que la sustenta y la cuida, como también Cristo a
la iglesia (Efesios 5:25-29).
Tal vez si los maridos amaran a sus mujeres
como a sus mismos cuerpos no habría espacios para situaciones de maltrato, ni
de abuso sexual y mucho menos de asesinato. El apóstol Pedro predicó en el
mismo sentido, llamando a las mujeres “coherederas de la gracia” (1 Pedro 3:7).
El nuevo testamento nos muestra la redención de
Jesús hecha manifiesta en una sexualidad que ya no deja espacio para el abuso
físico ni sexual. Por ello no debe ser ni tolerado ni solapado dentro de las
iglesias. Tengamos siempre presente, que Jesús ya nos redimió de la maldición
de la ley haciéndose él mismo maldición (Gálatas 3:13), para que ya no
tuviéramos que vivir con las maldiciones propias del antiguo pacto, incluyendo
el abuso físico y sexual a la mujer, por ello, después de predicar sobre esto,
Pablo cerró diciendo:
Ya no
hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque
todos vosotros sois uno en Cristo Jesús (Gálatas 3:28).
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