¿CÓMO MEDIR MI FE? (Las palabras 2/3)
¿CÓMO MEDIR MI FE?
(Las palabras 2/3)
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Imagen: http://www.dato.digital/se-realizara-el-taller-de-oratoria-el-arte-de-hablar-en-publico/ |
Anteriormente explicaba que si bien, la fe
no se puede medir cuantitativamente, si hay indicadores que nos pueden ayudar a
saber por dónde va nuestra fe, si ésta ha ido creciendo o si por el contrario,
se está desmoronando. Esta serie de textos tienen como objetivo que se aprendan
a usar los pensamientos, las palabras y las acciones como indicadores para
medir la fe, si no con números, por lo menos en la calidad de la misma.
En la ocasión anterior desarrollamos el
tema de los pensamientos, a continuación les dejo el link en caso de que no lo hayan leído:
Así que en esta ocasión pasaremos a
explicar por qué las palabras que empleamos en el diario vivir pueden ser de ayuda para
saber cómo anda nuestra fe. De la misma forma en que no siempre somos
conscientes de lo que pensamos tampoco de lo que hablamos. En el devenir del día a día entre tantas ocupaciones puede ser
posible que lleguemos a la noche sin haber reflexionada qué dijimos y mucho menos
por qué dijimos lo que dijimos.
“Creí por lo tanto hablé.”[1]
El anterior versículo nos enseña que nuestras palabras reflejan nuestras creencias. Es imposible afirmar por un lado que Dios “desea que
sea prosperado en todas las cosas y que tenga salud así como prospera
mi alma”[2]
y que por el otro se suelten frases fatalistas como “nunca me va bien” o “nunca voy a
salir de pobre”, pues expresiones como las anteriores solo ponen en evidencia que
no se cree en aquello que se dice creer.
“Que
si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que
Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para
justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.”[3]
La famosa confesión de salvación no solo
nos enseña cómo obtener la salvación; también enseña que lo confesado con nuestra boca muestra las convicciones del corazón. Es por ello que si verdaderamente creemos en Jesús y su
resurrección, consecuentemente terminaremos por decirlo en palabras audibles.
“Respondiendo
Jesús les dijo: De cierto os digo, que si tuviereis fe, y no dudareis, no solo
haréis esto de la higuera, sino que si a este monte dijereis: Quítate y échate
al mar, será hecho.”[4]
Cuando Jesús les dio esta enseñanza a los
discípulos, les estaba explicando que quien no duda inevitablemente hablará en
consecuencia y obtendrá resultados de ello. Aquel que tiene fe podrá hablarle a
las situaciones y éstas le obedecerán porque quien cree lo demuestra al hablar. Será imposible creer que el monte puede ser echado al mar y no decirlo.
¿Queremos saber cómo está nuestra fe?
Entonces debemos analizar qué estamos hablando a todo momento. Si nos hacemos
al hábito de pensar antes de hablar podremos saber en dónde está
nuestro corazón, si éste está verdaderamente confiado en el poder de Dios y de su palabra o si estamos poniendo nuestra confianza en nuestras fuerzas y en las
circunstancias que nos rodean.
Recordemos que “la muerte y la vida están
en el poder de la lengua.”[5] En nuestra boca está el
poder de traer vida o muerte a las situaciones que estemos viviendo, depende de
nosotros escoger la vida[6] por medio de nuestras
palabras, depende de nosotros hablar lo que Dios dice o decir lo que percibimos
a través de nuestros sentidos.
Mary Carmen Olague
[1] 2 Corintios 4:13
[2] 3 Juan 1:2
[3] Romanos 10:9-10
[4] Mateo 21:21
[5] Proverbios 18:21
[6] Deuteronomio 30:19
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