EL AMOR (qué sí y qué no)
EL AMOR
(qué sí y qué no)
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Vía pngtree |
“El
amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es
jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no
se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, más se goza de la
verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor
nunca deja de ser;” (1 Corintios 13:4-8)
Desde hace días andan circulando varías
imágenes en Facebook con más o menos el mismo mensaje en torno al anterior pasaje de la primera carta del apóstol Pablo a los corintios, sobre que el
amor todo lo soporta en cuando a las obstáculos y las adversidades y no en cuanto
a los maltratos o las infidelidades. Como si después de la frase “todo lo
soporta” hubiera un paréntesis para hacer la aclaración.
Sin embargo no lo hay. No hay una
aclaración en cuanto a qué sí soportar y qué no. Si se toma el pasaje de forma
absoluta se cae en el riesgo de aceptar relaciones dañinas en las que se tolere
infinitamente humillaciones, maltratos y demás, si se toma el pasaje de forma
que podamos interpretarlo libremente, se cae en el otro extremo de encontrar
distintas razones por las cuales el amor no lo soporta todo, hasta que se
llegue al punto en que sea incapaz de soportar algo.
Espero no dar el mensaje equivocado, soy
la primera persona que está en contra de los maltratos, de las infidelidades y
de las relaciones donde uno de los dos se sienta humillado frente al otro. En
casos como los anteriores siempre la distancia es lo más sano, solo por conservar la
cordura, y en casos más extremos, para conservar la vida.
Pero también soy fiel defensora de no interpretar
la Biblia a conveniencia, poniendo paréntesis donde no los hay que nos permitan
hacer excepciones a nuestra conveniencia. Entonces ¿Cómo lograr el equilibrio?
Me doy cuenta que es una pregunta difícil de responder, compleja por demás y
que requiere de una madurez profunda en cuando al conocimiento de la Palabra,
de lo cual tampoco puedo presumir.
Tal vez el error de las relaciones tóxicas
—por ponerles una etiqueta— es que verdaderamente no están basadas en el amor,
en que no hay reciprocidad entre ambos y solo uno ama de forma que todo lo
soporta y el otro no. Entonces el problema real es la falta de amor de una de
las partes más que el amor absoluto de uno de ellos. ¿Cómo funcionaría una relación
sea un matrimonio o una amistad donde las dos partes amen de forma benigna, sin
jactancia, sin envidia, sin buscar lo suyo, sin guardar rencor, sufriendo,
creyendo, esperando y soportándolo todo? Así como lo dice este pasaje a los
corintios.
Quizás no se trata tanto de establecer
excepciones al amor sino de invertirlo en personas que están dispuestas a
amarnos de la misma manera. El problema parece que se trata más de la
correspondencia y de la reciprocidad en las relaciones, donde solo una de las dos
partes ama como lo dice Pablo y la otra no. Aunque parece una utopía, la
solución podría estar en que todos fuéramos educados para amar de esta forma,
pero parece que la sociedad va por otro camino.
Cada vez es más difícil encontrar personas
dispuestas a ceder, cada vez es más complejo encontrar alguien dispuesto a no
buscar lo suyo en una relación, cada vez se dificulta más no irritarse ni
guardar rencor. ¿No será momento de pensar más en que sí es el amor en vez de
qué no? ¿Habrá llegado el momento, de que todos, sin excepción sigamos el
ejemplo de Cristo?
“Porque
de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo
aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna.” (Juan 3:16)
Jesús puso el mayor ejemplo de amor soportándolo
todo por amor a nosotros, sin paréntesis, sin pretextos ni excepciones. ¿Cómo
amar de esa manera? ¿Cómo darlo todo a quién no se lo merece? La respuesta la
dio el mismo Jesús cuando nos dio la regla de oro[1] o
cuando nos dijo que amaramos al prójimo como a nosotros mismos,[2]
decir y hacer con el otro lo que quisiéramos oír o recibir, tocar al otro como
nos gustaría ser tocados, respetar al otro como nos gustaría ser respetados,
teniendo siempre en cuenta que todo lo que sembramos cosechamos.[3] ¿Será que se trata más de
una cuestión de fe? Puede ser.
Sé que este texto parece ofrecer más peguntas
que respuestas, en parte porque es difícil conciliar extremos que por un lado
lleven al maltrato y por el otro a un amor egoísta. También porque el
cuestionarnos de forma sana nos puede llevar a escudriñar las escrituras en
busca de una respuesta dirigida por Dios. Por eso estoy segura que el mejor
equilibrio lo encontramos meditando en su Palabra, pidiéndole al Espíritu Santo
su revelación para que él actúe en nosotros para que nos ponga el querer como
el hacer,[4]
para que nadie sea maltratado y todos seamos amados.
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