EL BUEN COMPORTAMIENTO: LA GRACIA

 

EL BUEN COMPORTAMIENTO: LA GRACIA

 

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El buen comportamiento o las buenas obras —que si bien, no son lo mismo, van de la mano— son un tema que se encuentra presente a lo largo de toda la Biblia. En el nuevo testamento, incluso encontramos capítulos completos que exhortan a los creyentes a una vida piadosa como lo son Romanos 12 y 13 o Hebreos 13, tanto de hecho, como de pensamiento (Filipenses 4:8). Por lo tanto, todo creyente en Cristo debe aspirar a ello.

Sin embargo, las enseñanzas sobre este tema en ocasiones tienden a irse hacia dos extremos. El primero, pone el énfasis en las buenas obras y en la vida del creyente al grado de ser capaces de minimizar el sacrificio de Cristo. El segundo, se enfoca tanto en la salvación por gracia que termina por no enseñar que el buen comportamiento es fruto y resultado de haber adquirido una vida nueva en Cristo. Los dos extremos tienen sus fallas y la única manera de salir de ellas es analizando lo que dice la Biblia al respecto. En ella encontramos dos principios que no podemos ignorar, el primero, que la salvación es por gracia, no por obras, lo cual abordaremos en este texto. El segundo, que las buenas obras son necesarias y son el fruto del Espíritu Santo actuando en la vida del creyente, lo cual analizaremos en el siguiente estudio.

Después de la caída (Adán), el ser humano quedó marcado por el pecado de forma permanente, alejado de Dios y de su gloria. En tanto el redentor llegaba, la humanidad necesitaba tanto de un sacerdote o de un profeta, como de un rito de purificación y limpieza para poder acercarse a Dios, aunque fuera solo un poco. Bajo este contexto, muy pocos hombres pudieron experimentar de lleno la presencia de Dios convirtiéndose en los mediadores entre Dios y el pueblo. De modo que, para este sistema, los ritos y sacrificios eran muy importantes para la experiencia espiritual. 

Esto cambió cuando Jesús llegó al mundo hecho carne. Él vino a morir por nuestros pecados, dándonos la salvación gracias al derramamiento de su sangre (Hebreos 9:22), el único cordero sin mancha (1 Pedro 1:19) por medio del cual hemos sido lavados, santificados y justificados (1 Corintios 6:11) delante de Dios.

 

Diciendo primero: Sacrificio y ofrenda y holocaustos y expiaciones por el pecado no quisiste, ni te agradaron (las cuales cosas se ofrecen según la ley), y diciendo luego: He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad; quita lo primero, para establecer esto último. En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre.

Hebreos 10:8-10

A Dios nunca le gustaron los sacrificios de animales ni las obras de justicia del hombre, es decir, esas actividades que el hombre realizaba con la intención de agradarle a Dios, las cuales la Biblia llama “trapos de inmundicia” (Isaías 64:6). Por eso, el Señor decidió terminar con ese sistema de una vez por todas y hacernos a todos salvos, limpios y justificados por medio del único sacrificio de Jesús. No es necesario ningún otro. Desafortunadamente, últimamente están cobrando mucha fuerza doctrinas judaizantes que quieren poner la atención de nuevo en las buenas obras, en los ritos y en las festividades —y próximamente, en los sacrificios—. No olvidemos que sólo hay un evangelio, el de la gracia, y cualquier otro es anatema (Gálatas 1:6-8).

 

Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.

Efesios 2:8-10

No hay ninguna obra, ningún sacrificio, ningún rito, ninguna festividad que pueda ganarnos el favor de Dios. Somos salvos únicamente por haber creído en el sacrificio de Cristo, por confesar con nuestra boca que Jesús es el Señor y que Dios lo levantó de los muertos (Romanos 10:9-19), no hay más. Dice su palabra que “no es por obras”, es decir, no es a través de las buenas acciones “para que nadie se glorié”, para que nadie se sienta superior. Porque no todos tenemos la capacidad de hacer las mismas buenas obras ni todos mereceríamos la salvación en la misma medida. Además, una vez venido Cristo, si creemos que nuestras buenas acciones nos merecen el favor de Dios, ¿no estaríamos menospreciando el sacrificio de la cruz? ¿no estaríamos dándole mayor peso a las buenas acciones que a la sangre del hijo de Dios?

Entonces, ¿la salvación por gracia implica que no debo poner atención a mi modo de vida, a mi actuar? “De ninguna manera”, dijera el apóstol Pablo (Romanos 6:2) Precisamente el pasaje de efesios que se citó arriba termina diciendo que las buenas obras “Dios las preparó de antemano para que anduviésemos en ellas”. En ese sentido, los que estamos en Cristo, tenemos un buen comportamiento como resultado del Espíritu Santo obrando en nuestras vidas. Es así que podemos hacer buenas obras, para que la gloria sea sólo de Dios y no nuestra.

Las buenas obras y el buen comportamiento son un fruto de nuestra relación con el Padre, tema que analizaremos a detalle en el próximo estudio.


Mary Carmen Olague

 



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