EL CRISTIANO Y EL BUEN COMPORTAMIENTO: FRUTO DEL ESPÍRITU SANTO (Parte 2)
EL CRISTIANO Y EL BUEN COMPORTAMIENTO: FRUTO DEL ESPÍRITU SANTO
(Parte 2)
En
el estudio anterior se explicaba que todo cristiano debe aspirar a un buen
comportamiento porque estamos llamados a ser como Cristo. Sin embargo, nunca
debemos olvidar que se trata de un fruto que se produce cuando permitimos que
Dios obre en nuestras vidas. El buen comportamiento se da naturalmente cuando
renovamos el pensamiento conforme a la Palabra de Dios. La Biblia nos dice que nuestra
forma de ser está determinada por lo que pensamos (Proverbios 23:7); es
decir, que nuestras acciones son el resultado de lo que hay en nuestra mente, de
acuerdo con nuestra forma de pensar es que reaccionamos a las diversas
situaciones que se nos presentan día con día.
Entonces,
por mucho que nos esforcemos en cambiar nuestro comportamiento, no lo
lograremos si no cambiamos primero nuestra mente y nuestro corazón. Se trata de
un cambio espiritual que se produce cuando permitimos que el Espíritu de Dios
moldee nuestras vidas. Sólo así tendremos relaciones sanas. A su vez, se trata
de un proceso que lleva tiempo. Si seguimos con la metáfora del fruto, sólo las
plantas que han sido bien alimentadas y que han alcanzado madurez pueden
fructificar, por eso la Palabra de Dios nos compara con árboles:
Bienaventurado el varón que no anduvo en
consejo de malos,
Ni estuvo en camino de pecadores,
Ni en silla de escarnecedores se ha
sentado;
Sino que en la ley de Jehová está su
delicia,
Y en su ley medita de día y de noche.
Será como árbol plantado junto a
corrientes de aguas,
Que da su fruto en su tiempo,
Y su hoja no cae;
Y todo lo que hace, prosperará.
Salmo 1:1-3
Un
árbol que no recibe agua no puede fructificar. En ese sentido, si nosotros
queremos ser esos árboles que siempre fructifican y nunca se secan, necesitamos
estar en contacto constante y permanente con la Palabra de Dios, el agua que el
cristiano necesita para vivir eternamente (Juan 4:14) por medio de la
cual, damos fruto abundante, que fuera de la metáfora, se traduce en un buen
comportamiento y en relaciones prósperas.
Nuestro
comportamiento es el resultado de aquello con lo que alimentamos nuestra alma. Por
eso la Palabra de Dios nos dice que, si sembramos para la carne cosecharemos
corrupción, pero sembrando para el Espíritu segaremos vida eterna (Gálatas
6:8). Quiere decir que, si alimentamos nuestra mente de las cosas del mundo,
nuestro comportamiento estará determinado por las obras de la carne, como
fornicaciones, iras, contiendas, borracheras y un largo etcétera. Pero si
sembramos para el Espíritu, el resultado será amor, gozo, paz, paciencia,
benignidad, bondad, fe y mansedumbre (Gálatas 5:16-24).
Muchos
creen que la gente se corrige con dura disciplina de la carne, con un duro
trato al cuerpo como si se tratara de un régimen militar, pero si no se cambia
lo que está dentro y no se ve, no se puede cambiar lo externo, que sí se ve. Si
queremos un mejor comportamiento, necesitamos un mejor alimento que provenga de
la Palabra de Dios. La semilla es la Palabra de Dios (Lucas 8:11) y es lo
que necesitamos para fructificar abundantemente:
Mas el que fue sembrado
en buena tierra, este es el que oye y entiende la palabra, y da fruto; y
produce a ciento, a sesenta, y a treinta por uno.
Mateo
13:23
Sin
embargo, es importante señalar que no se trata de un proceso mecánico. No se
trata solo de escuchar versículos como quien oye llover o de leer la Biblia
solo por compromiso. La parábola del sembrador nos enseña que sólo fructifica quien
escucha y entiende la Palabra. Y si dedicas tu tiempo a estudiarla, a meditarla
y hablarla de día y de noche (Josué 1:8), ten por seguro que dará fruto
y prosperarás en lo que hagas, porque Dios ha prometido que su palabra siempre
fructifica, (Isaías 55:10-11). El resultado será un fruto de amor que
nos ayudará a mejorar quiénes somos y cómo nos comportamos con los demás de una
forma natural.
Así mismo, se trata de un proceso continuo que no se puede interrumpir ni dar por sentado. Pues si una planta o un árbol deja de estar en contacto con el agua, comenzará a secarse poco a poco, hasta que se seque definitivamente y no pueda dar fruto nunca más. Lo mismo sucede con nosotros, si nos confiamos y dejamos de prestar atención a nuestro alimento espiritual, el fruto del espíritu comenzará a decrecer y las obras de la carne comenzarán a manifestarse nuevamente. Es momento de analizarnos, ¿estamos orgullosos de nuestro comportamiento? ¿Cómo reaccionamos ante las circunstancias adversas? ¿Cómo tratamos a las personas que nos rodean? Si no nos gustó la respuesta a estas preguntas, debemos alimentarnos más de la Palabra de Dios para producir mejores resultados y, si ya estás dando fruto, no te confíes (1 Corintios 10:12), una leve distracción puede llevar a marchitarte.
Mary Carmen Olague
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