VOLVIENDO COMO EL HIJO PRÓDIGO
VOLVIENDO COMO EL HIJO PRÓDIGO
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Sería
maravilloso que al hacernos hijos de Dios permaneciéramos tomados de su mano
por siempre. Desafortunadamente, por la necedad, algunos nos alejamos en cierto
momento creyendo que podemos seguir adelante en nuestras propias fuerzas, solo
para aprender —a la mala— que no es así.
Las
razones para alejarse de Dios son muy diversas, a algunos les sucede sin
notarlo y regresaron la mirada al punto de retorno creyeron imposible retomar
el rumbo. Algunos, le atribuyen a Dios las consecuencias de sus malas decisiones,
como si él las hubiera motivado. Otros, creen que los errores sumados son una
barrera para acercarse de nuevo al Padre, como si él no estuviera interesado en
tenerlos de vuelta.
Independientemente
de las razones y los porqués, a través de “La parábola del hijo pródigo” (Lucas
15:11-32) Jesús enseñó que Dios, nuestro Padre Celestial, siempre está
dispuesto a tomarnos de nuevo en sus brazos, siempre y cuando decidamos volver.
Leemos:
También
dijo: Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo a su padre: Padre,
dame la parte de los bienes que me corresponde; y les repartió los bienes. No
muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, se fue lejos a una
provincia apartada; y allí desperdició sus bienes viviendo perdidamente.
(Lucas
15:11-13)
La
parábola inicia mostrándonos a un Padre bondadoso, dispuesto a darnos
todo (Efesios 1:3), sin importar lo que hagamos con nuestra
herencia. Además, nos enseña que, si estamos alejados de Dios, no es porque él
nos aleje, sino porque uno mismo es quien decide partir lejos de la cobertura
del Padre.
Y cuando todo lo hubo
malgastado, vino una gran hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle. Y
fue y se arrimó a uno de los ciudadanos de aquella tierra, el cual le envió a
su hacienda para que apacentase cerdos. Y deseaba llenar su vientre de las
algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba. Y volviendo en sí, dijo:
!!Cuántos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí
perezco de hambre!
(Lucas
15:14-17)
Si
nos descuidamos, es fácil que menospreciemos la herencia que Dios nos ha dado
malgastándola en placeres pasajeros. Sin embargo, lejos del Padre, los recursos
tarde o temprano se agotarán, pues la bendición jamás la encontraremos alejados
de él. Por eso el hijo fue víctima de la hambruna que azotaba aquella
región.
Lo
que quiero resaltar es, que, esta parábola nos muestra la posibilidad del
arrepentimiento. Es decir, si nos alejamos de Dios y sufrimos las consecuencias
de la distancia que nosotros mismo pusimos, no significa que estemos obligados
a permanecer ahí. A veces, los malos momentos funcionan como catalizadores de
la memoria, haciéndonos recordar que al lado de nuestro Padre Celestial están
el amor y la bendición que necesitamos para vivir bien.
Me levantaré e iré a mi
padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy
digno de ser llamado tu hijo; hazme como a uno de tus jornaleros.
(Lucas
15:18-19)
Así
funciona el arrepentimiento. Muchos creen que arrepentirse significa sentir
culpa a causa de lo sucedido y sufrir con ello, pero no es así. En realidad, se
trata más bien de un cambio de dirección, una persona arrepentida, además de
reconocer su error, modifica el rumbo de su vida. Desafortunadamente, en le
caso del hijo pródigo, la culpa le hizo sentir que ya no era digno de llamarse
hijo ¿cuántos han estado en ese lugar? Pero ¿es posible dejar de ser hijos?
Y levantándose, vino a
su padre. Y cuando aún estaba lejos, lo vio su padre, y fue movido a
misericordia, y corrió, y se echó sobre su cuello, y le besó. Y el hijo le
dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser
llamado tu hijo. Pero el padre dijo a sus siervos: Sacad el mejor vestido, y
vestidle; y poned un anillo en su mano, y calzado en sus pies. Y traed el
becerro gordo y matadlo, y comamos y hagamos fiesta; porque este mi hijo muerto
era, y ha revivido; se había perdido, y es hallado. Y comenzaron a regocijarse.
(Lucas
15:20-24)
Lo
hermoso, es que, nuestro Padre Celestial siempre está dispuesto a recibirnos
con los brazos abiertos. Tal vez, si no hemos sentido ese abrazo y estamos
pasando por un mal momento, sea el tiempo de reconocer que le necesitamos, de
aceptar que requerimos de un cambio de rumbo que nos lleve de vuelta a sus
brazos, al mejor lugar donde podemos estar.
Lejos
de él morimos. Regresar con él es volver a la vida. Dios es movido a
misericordia cuando nos arrepentimos, por eso dice su palabra que quien
confiesa su falta y se aparta, alcanza misericordia (Proverbios 28:13).
El corazón del Padre siempre está dispuesto al abrazo, solo tenemos que estar
en el lugar donde eso sucede y jamás será lejos de él.
Si
tu corazón se ha alejado de Dios, recuerda que no es un estado definitivo, su
palabra nos enseña que el volverá el corazón de los padres hacia los hijos y de
los hijos hacia los padres (Malaquías 4:6), aplica para familias
terrenales y para la familia celestial. Así que,
Acerquémonos, pues,
confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia
para el oportuno socorro.
(Hebreos
4:16)
Acércate
al único lugar donde puedes encontrar ayuda. Una vez que recibimos el regalo de
ser hijos de Dios, lo único que nos puede separar de él somos nosotros mismos.
Se requiere valor para reconocer que nos hemos equivocado, pero en nuestro
Padre, no recibiremos condenación ni reproche, sino el único amor que sana,
libera y transforma. Si últimamente has estado lejos de él, no olvides que
siempre puedes regresar a sus brazos como lo hizo el hijo pródigo.
Mary
Carmen Olague
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