EL AMOR (Una reflexión liberadora)
EL AMOR
(Una reflexión liberadora)
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Hace ya algunos años había reflexionado sobre el amor, sobre todo centrada en aquel famoso pasaje de 1 Corintios 13, en donde la Biblia nos describe de forma puntillosa en qué consiste el amor. En esta ocasión, no quiero enfocarme en qué es o no el amor, sino en cómo se produce en nosotros.
De
acuerdo con el apóstol Juan, solo podemos amar cuando hemos conocido a Dios (1
Juan 4:7). Evidentemente, esto tiene que ser interpretado a la luz de las escrituras
y no a través de la cultura secular, porque aún las personas que no han conocido
a Dios han logrado experimentar el amor como un sentimiento. Sin embargo, el
amor como una entrega total, como aquel que se describe en 1 de Corintios 13,
solo puede ser producida por el Espíritu Santo, porque el amor es un fruto (Gálatas
5:22).
Como
se mencionaba en uno de mis artículos recientes, el fruto se produce una vez, que, como
creyentes hemos madurado en la Palabra de Dios. Entonces, una persona, aunque
haya recibido su salvación, aunque ya se considere cristiano, si no ha
trabajado en su persona para crecer y fructificar, aunque tenga sentimientos positivos
hacia otras personas, no desarrollará el amor como lo describe 1 Corintios
13. Y esto no es porque no lo desee, sino porque no puede dar aquello que
no tiene. Por eso el mismo pasaje ya citado, describe el amor para después exhortarnos
a madurar:
Cuando yo era niño,
hablaba como niño, pensaba como niño, juzgaba como niño; mas cuando ya fui
hombre, dejé lo que era de niño
1
Corintios 13:11
Si
seguimos esta analogía, un infante puede desarrollar sentimientos hacia otras
personas, sentimientos que son buenos y duraderos, pero es incapaz de entregarse
por alguien más porque su inmadurez no se lo permite. Los niños solo esperan
recibir y ser amados, porque les es difícil desprenderse en beneficio de
alguien más. Lo mismo sucede con los niños espirituales, sienten, pero no como
la Biblia lo enseña, pueden desarrollar vínculos con otras personas, pero se
les dificulta entregarse de forma natural.
Esto
puede resultar liberador, porque si lo comprendemos, nuestras expectativas
hacia ciertas personas pueden cambiar y podemos dejar de esperar que nos den
algo que todavía no son capaces de producir. Es por eso que la Biblia nos enseña
a poner los ojos en Jesús (Hebreos 12:2), en ella se nos anima a poner nuestra
confianza en Dios y no en el hombre (Jeremías 17:5-7), porque Dios es el
único que no nos fallará nunca.
Muchas
de nuestras heridas emocionales vienen por esperar que las personas a nuestro alrededor
llenen huecos en nosotros que solo Dios es capaz de completar. Esto no quiere
decir que nos alejemos de ellos ni que dejemos de esperar cariño de aquellos a
quienes estimamos, solo que estemos consientes de los límites que la inmadurez
espiritual produce en aquellos que no han fructificado en el Espíritu Santo. Porque
hay otro punto, hay personas que no maduran porque justo van iniciando su
camino en el evangelio y otras que intencionalmente se han resistido a ello, aunque
eso ya es otro tema.
Esta
reflexión no está diseñada para que señalemos con juicio a quienes a nuestros
ojos son inmadurez, sino a que estemos conscientes de qué podemos esperar de
las personas teniendo siempre presente que en Dios estamos completos. A su vez,
esto implica un ejercicio de introspección para analizar nuestra capacidad de
amar. De acuerdo con Juan, ya somos capaces de hacerlo porque hemos recibido a
Dios, ahora nos corresponde alimentarnos de la Palabra para que ese fruto
crezca y se desarrolle, porque a eso hemos sido llamados, a amar a Dios con
todo nuestro corazón, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Lucas
10:27).
Mary Carmen Olague
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